¿Te atreves?

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16 feb 2010

Omni




Y ahí estaba de nuevo. Yo, yo, yo y sólo yo. Yo y las nubes, yo y el viento, yo y la lluvia, yo y la vida. Yo y la libertad. Yo y la luna, y las estrellas, y el sol. El todo y la nada. Todo, todo cuanto pudiera imaginar, desear, pensar o tocar estaba ahí, bajo mis pies.

Y era yo. Yo, omnisciente, omnipresente, omnipotente. Y no importaba nada más. Sonidos de piano, acordeones, gotas de lluvia. Los pájaros al cantar, tu risa, las cigarras al cantar, los grillos de la noche. El revoloteo de una mariposa, las olas chocar contra el mar. El olor de la hierba, de un chocolate caliente. El olor de las nubes, de las nubes de tu pelo. Olor a velas, a azahar, a violeta, a campanilla, a rosa y jazmín. Olor a lugares lejanos, personas extrañas, un mundo entero encerrado en una pequeña esfera de cristal. Sabor a fresas, a besos, a caricias. Sabor a dulce, a salado. Sabor de mañana veraniega o de noche bajo las mantas en invierno.

Blanco, negro, rojo, amarillo, violeta, azul, verde. Todos los colores mezclados en una explosión tan grande, tan bella, tan... Todo. Que, en esos momentos, tan solo se podía comparar a mí. Hojas secas por el suelo, pétalos de rosa flotando por los cielos, caricias acompañadas de suaves melodías. Soy yo, y el mundo, y yo soy todo, y nada soy.

Salté. Salté tan alto como pude, queriendo ser nube. Pájaro, avispa, estrella e, incluso, ardilla. Queriendo agarrar una de las esquinas del mantel que cubre el cielo y descubrirlo, desnudarlo ante mis ojos. Salté, y volé, y entonces...

Entonces desperté.

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