¿Te atreves?

¿Te gusta escribir? ¿Leer? ¿Quieres compartir tus palabras con gente como tú? Entonces... ¿A qué esperas? Entra y descubre un rincón donde poder expresarte.

25 dic 2009

Broken

Me pregunto por que todo, absolutamente TODO, tiene que salir siempre tan mal.

24 dic 2009

Navidad, ¿dulce? Navidad

Te despiertas, aún es pronto, pero no tienes más sueño. ¿Qué haces? Te levantas, aunque sin ganas, desayunas algo y vuelves a la habitación con tal de no escuchar el silencio que inunda la casa. Abres las persianas, dejando que la triste luz grisácea filtrada por los hilos de niebla que cubren el lugar iluminen tenuemente la habitación. Deberías estudiar, deberías ponerte a declinar y a traducir textos muertos, a inspeccionar los rincones de cualquier olvidada obra de arte... Pero la ves, está ahí, llamándote de nuevo. Con las cálidas sábanas y las suaves y gruesas mantas... Y, claro, no puedes resistirte. Acompañada por la suave melodía de un piano mal afinado (mentira), vuelves a meterte bajo las sábanas. Enciendes la luz, esa de la lámpara medio fundida que tantas noches te ha hecho soñar con quien, dicen, no debes. Y coges un libro, ese que te dieron ayer por la tarde, el que menos prisa te corre, pero el que más apetecible se presenta. Y lees.
Una, dos, tres, y cuatro horas, sin hacer otra cosa más que leer, pasar páginas, observar la lluvia caer y el cielo romperse en pedazos.

Parece un día tranquilo, ¿verdad?

Mentira. Llega la tarde, y te pones frenéticamente a buscar alojamientos, coches, dinero, dinero, ¿qué hago?, ¿dónde duermo?, ¿qué comeremos? Llama; llama y reserva antes de que nos quiten el sitio. Y consigues todo lo mandado, te sientes tremendamente feliz, y necesitas decirlo, contarlo, gritarlo... Pero la persona que debería saberlo no está a tu lado en estos momentos; intentelo de nuevo más tarde.

Y ahora... ¿Ahora? Ahora se avecina lo peor.

Llega la noche de copas de más y abrazos de menos. De poner la caja de la felicidad a todo volumen con tal de no tener que decirse nada. Los gritos y más gritos con tal de cortar la poca felicidad que se respire en el ambiente. Las sonrisas sarcásticas, nerviosas, de compromiso. Las miradas acusadoras, recelosas, frías. Y te preguntas: ¿Qué hago yo aquí? Preferiría seguir en mi cama con un buen libro en la mano.

Pero al menos, esta noche, quiero que llegue. Por que algo cambiará, no sé si para bien o para mal. Al menos, esta noche, tendré una respuesta preparada para la maldita pregunta de todos los años.

18 dic 2009

En un día...

...puedes no haber dormido
...puedes tener un horrible dolor de cabeza
...puedes ver una película
...puedes dibujar
...puedes soñar despierta
...puedes morirte de frío
...puedes pasar la peor hora de tu vida
...puedes ponerte de los nervios
...puedes gritar cuando nadie te escucha
...puedes desesperarte
...puedes partirte de risa
...puedes volver a ver a un viejo amigo
...puedes hablar con alguien a quien hace tiempo no hablabas
...puedes llevarte una gran decepción
...puedes sentirte ofendida
...puedes volver a tener ese brillo en la mirada
...puedes ver una película más
...puedes cargarte la bici
...puedes escribirte cosas en las manos
...puedes sentir que los días no pasan
...puedes ver una tercera peli, pero solo a medias
...puedes sentarte a una sombra a esperar
...puedes quemarte la mano
...puedes tener ganas de llorar
...puedes leerte un libro
...puedes terminarte ese maldito juego
...puedes volver a sentirte tan mal
...puedes tener tanto sueño que no puedes dormir


Pero lo que nunca, nunca puede pasarte en un día es... ¿Encontrarte un dinosaurio ocupando el baño?

17 dic 2009

4. La nueva



-Ahora vengo – me dice con una sonrisa, y desaparece por la puerta, dejándome sola en la habitación.
Me doy la vuelta, y observo detenidamente la habitación, ya que ahora hay luz, y anoche estaba todo oscuro. Es toda blanca. No hay otro color. No hay casi muebles. Un sofá, también blanco al lado de la ventana, y un armario en el otro lado. ¿Un armario para qué? No tengo ropa, no tengo nada.
De pronto la puerta se vuelve abrir, y vuelve a aparecer ese retaco de chica con algo en las manos. Al parecer ropa.
-¿Qué es eso? – pregunto algo extrañada.
-Ropa. – tiende sus manos ofreciéndomela. La cojo con miedo, y la coloco en la cama.
-¿Ropa?
-Claro. ¿No querrás estar siempre con esa bata de hospital feísima, verdad? – esbozó una sonrisa. Yo asiento con la cabeza, cogiendo la ropa. Voy al lavabo y me cambio.
Me sienta como el culo esta ropa. No es la mía. Es espantosa. Diría que la odio, pero es lo único que tengo por el momento. Intento no volver a mirarme en el espejo. No lo soportaría. Salgo del baño, y ahí seguía Andrea, sonriendo al verme con la ropa puesta.
-Estás perfecta. – me coge de la mano y tira de mi, saliendo las dos de la habitación, cerrándose la puerta tras nosotras.
Es la primera vez que salgo de la habitación desde que estoy aquí. Ahora mismo, me desharía de la mano de Andrea y saldría corriendo a buscar la salida, y escapar de este infierno. Pero en cambio no lo hago. ¿Por qué? No lo sé.
Un pasillo largo y amplio asoma delante de nosotras. Hay algunas puertas a cada lado del pasillo. Más habitaciones supongo. Pero el pasillo está desierto.
-¿A dónde vamos? – pregunto cautelosa.
-Al comedor, con los demás.
Bien, al menos sé que hay más gente… ¿Cómo yo? No sé… Al final del pasillo hay una gran puerta, de esas que tienes que empujarlas para abrirlas. Pasamos a lo que supuestamente es el comedor. Todo se quedó en silencio, y todas las miradas se centraron en mí. ¿Tengo monos en la cara o que pasa?
-¿Por qué me miran?
-Eres la nueva, entiéndelo.
-Ya, claro… La nueva. – agacho la cabeza, y Andrea tira de mi, para que me mueva del sitio. Nos dirigimos a una mesa.
Hay un chico sentado, con el pelo negro despeinado, y por lo que veo algo pálido de piel. Parece un ser sin vida, un… muerto. Andrea se para a su lado, él alza la vista y nos mira. Yo no sé qué hacer. Me quedo quieta a su lado. El chico sonríe y se levanta a darle dos besos a Andrea. Me mira, y me sonríe. Sus ojos verdes acaparan toda mi atención. Ese chico es muy delgado, tiene la cara hundida, y está en los huesos. Anoréxico deduzco.
-Aiden, esta es Irimina – Andrea me presenta. – Es… nueva
-Odio ser la nueva. – digo. El chico, Aiden, sonrió y me dio dos besos.
-Pues bienvenida. Yo soy Aiden, y no soy nuevo – ríe levemente.
-Ya lo supongo – río yo también. Es agradable.
-Irmina, siéntate con él, yo ahora vuelvo y te traigo algo de comer. Aiden, cuídamela, eh – Nos sonríe a los dos, y se aleja de nosotros.
Me siento enfrente de Aiden, y miro atenta todo el comedor. Mucha gente, sonido de cucharas y tenedores contra los platos, murmullos de la gente… odioso.
-Te acostumbraras. – me saca de mis pensamientos su voz.
-Tú que sabrás…
-Llevo mucho tiempo aquí. Sé demasiado – me sonríe.
-¿Por qué? – me apoyo en la mesa con los brazos cruzados.
-Eso no importa – seguía con su sonrisa- Algún día te lo contaré. – Yo solo asiento con la cabeza. - ¿No conoces a nadie, verdad?
-No – susurro. – Bueno, a Andrea, y a ti…
-Bien – no borra de su cara esa sonrisa. – Por cierto… ¿Cuántos años tienes?
-Soy vieja. No creo que necesites saber mi edad. ¿Y tú?
-Yo 17. Como la mayoría de aquí. Todos somos jóvenes. No hay ningún viejo. Los únicos viejos que hay, son los doctores y enfermeras…Así, que tu tampoco eres vieja. ¿Me vas a decir ahora cuántos años tienes?
-Está bien… Tengo… 21… - digo algo insegura.
-No eres vieja… - me coge de la mano, y me vuelve a sonreír. – Eres joven. Como todos.
-Pero yo no quiero ser como todos. Quiero salir de aquí. No quiero ser la nueva. Quiero ser libre.

11 dic 2009

Vuela

-¿Qué haces ahí fuera? Está lloviendo.
-Miro la lluvia. Y la noche. ¿No te encanta la lluvia?
-Sí, pero no me gusta mojarme. Cogerás un resfriado.
-¿Sabes lo que realmente me gustaría hacer ahora mismo?
-¿Meterte debajo de un par de mantas con una buena taza de chocolate caliente?
-No, a parte. ¿Alguna vez has soñado con... volar?
-No lo creo. ¿Qué haces? Eso es peligroso. Joder, ¡Te vas a caer como sigas ahí!
-No voy a caerme. Voy a volar.
-¡Para!


...


-¿Qué haces ahí fuera? Está lloviendo.
-Sólo soñaba despierta...



Cada vez quedan menos horas y me da más miedo que pase el tiempo.

9 dic 2009

Caída




Después de tan largo viaje, las fuerzas no me responden. Supongo que este es el final. Ya que por más que ruegue, que busque a ciegas ayuda, no llega. A punto estaba de conseguir la cima; no tengo más que alzar la vista para verla, allá arriba, apenas unos metros por encíma de mí. Pero ya no tengo fuerza. Ya no tengo valor para seguir adelante. Y mi última esperanza se marcha tranquilamente, dejando que la tormenta me arrastre torpemente, poco a poco...

Y caigo. Todo este tiempo de luchas y tempestades pasa por delante de mis ojos, mostrándome todo lo que he perdido, todo lo que he dado... Y todo lo que podría haber dado. El tiempo parece detenerse en cada instante del camino mientras mi cuerpo cae como si no fuera más que una hoja que no puede soportar la fuerza del viento. Es en estos instantes cuando, sintiendo mi cuerpo desaparecer bajo la inmensidad, soy capaz de volver a mirar hacia arriba y, simplemente, llorar.

Pero el tiempo no puede detenerse eternamente. Y mientras mis lágrimas se pierden en la inmensidad del espacio, mi cuerpo termina de caer, chocando contra el suelo, convirtiéndose en un montón de pedacitos esparcidos por el suelo que, una vez, me vio sonreír con la idea de conseguir un sueño.

8 dic 2009

3. Reflejos



El sonido sordo de las persianas al levantarse me hace esconderme aún más entre las mantas. Joder, no quiero ir a clase hoy. Me encuentro fatal.
-Arriba, dormilonas. Hay que despertarse, que pronto vendrá el doctor.
¿Doctor? ¿Qué doctor? Yo me encuentro perfectamente bien. No quiero ningún doctor, solo quiero quedarme en la cama un rato más. O quizás un día entero. O una semana. ¿Qué tal toda la eternidad? Algo tira de la sábana que me cubre, consiguiendo que toda la luz impacte de lleno en mis ojos. Suelto una maldición por lo bajo, parpadeando con tal de ver quien demonios me ha privado de mi oscuridad.
Ante mí, una muchacha baja y gorda me mira con una sonriente cara. A mi lado, la chica que anoche me estuvo ayudando se levanta perezosamente y le da un beso en la mejilla. Miro con cierto asco la escena; ¿cómo puede sentir cariño ante un ser tan malvado? ¡Me ha quitado mis sabanas!
-¿Quién demonios eres tú, taponcillo de pacotilla? –Le pregunto con cierto recelo, levantándome para arrancarle de las manos las sabanas.
-Soy Andrea –contesta con gesto ofendido, infantil-. Te agradecería que no me hablaras así, ya que a partir de ahora vamos a pasar mucho tiempo juntas.
Dejo ir un suspiro, recordando dónde me encuentro. Me llevo la mano a la cabeza, intentando mitigar el dolor masajeando mis sienes. De nuevo vuelvo a mirar a ése extraño personaje que sonríe varios centímetros por debajo de mí, meneando su cuerpecillo a un lado y otro, como una inocente niña. La chica de la otra cama sale de lo que, como ya supuse anoche, es el baño. Lleva una fina y ancha blusa de color salmón junto con unos pantalones, en apariencia, bastante cómodos. Nada parecido a la bata de enferma que yo llevo.
Con una sonrisa, sale de la habitación, dejándome a solas con el retaco, que sigue mirándome desde su corta altura con una sonrisa bobalicona que me da ganas de arrancarle a arañazos. Harta de sentirme observada, me cruzo de brazos mirándola con desprecio.
-¿Me vas a decir qué demonios quieres de mí? –pregunto finalmente.
-Estoy aquí para ayudarte. Me ha dicho la enfermera que anoche te trajeron infectada de pastillas y algo moribunda. Una pareja de ancianos te encontraron tirada cerca de la carretera y te trajeron aquí. Supongo que sabes donde estás, ¿verdad?
-En el infierno –contesto, con cierto temblor en el labio. Esto no puede estar pasando.
-Algo así, pero sólo si no cooperas. Puede ser agradable tu estancia aquí si pones de tu parte. Estamos aquí para ayudarte.
-Por favor… No digas chorradas. Estoy perfectamente bien.
-¿Ah, sí? –Pregunta, alzando una ceja-. ¿Por qué no te miras en el espejo?
Entrecierro los ojos, echando a caminar con aires de suficiencia hacia el baño. Me doy cuenta de que en cambio del largo tubo que salía antes de mi brazo, ahora tan solo hay un trozo de esparadrapo junto con una pequeña pieza de plástico. Un escalofrío me recorre al pensar que está clavado en mi piel, a la vez que entro en el pequeño habitáculo que es el baño. Alzo la vista, horrorizándome al momento. En la fría superficie de cristal, con el miedo pintado en el rostro, una versión de mí misma me mira desde unos ojos grisáceos y carentes de vida. Un fantasma, un espectro de lo que unos días atrás fue una de las chicas más populares. Eso es lo que veo.
Profundos círculos negros rodean mis ojos, resaltando aún más el color blanquecino de mi piel, que parece muerta. Los labios cortados, algunas heridas superficiales por el rostro y las manos. Sucia. Enferma. Muerta.
-¿Entiendes por qué estás aquí, verdad? –Murmura la voz de Andrea detrás de mí, llena de pena-. Si tú quieres, puedes llegar a salir de aquí y retomar tu vida donde la dejaste. No todo está perdido aún, por suerte.
Su voz me suena lejana, ya que lo único de lo que logro estar pendiente ahora mismo es de mi propio reflejo. Ese ser moribundo que me mira con pena y asco. Ésa no soy yo. No puedo serlo. Será el espejo, que está roto. Yo era la chica por la que todos los tíos perdían la cabeza, por la que todas las chicas se ponían a régimen o compraban ropas carísimas. Yo era de la alta esfera. ¿Y ahora? Ahora soy una chica destrozada que comparte habitación con una negra embarazada.
Algo cálido toma una de mis manos, haciéndome volver la vista. Al girar la cabeza para mirar, siento cómo las lágrimas empiezan a recorrer mi rostro sin poder evitarlo. Ahí está de nuevo, ese trozo de carne que antes me parecía tan horrible y que ahora, comparándola conmigo misma, parece el ser más maravilloso del planeta. Me pongo de rodillas, sin fuerzas y, a pesar de todo lo que le he llegado a decir, abrazo a Andrea como si fuera la única que puede salvarme.
-Shh… No desesperes. Muchos como tú han salido de aquí y ahora llevan la vida de sus sueños. De verdad, tú puedes hacer lo mismo.
Sus manos, regordetas pero suaves, acarician maternalmente mi cabello. Mientras, no puedo evitar seguir llorando desconsoladamente, intentando borrar la demacrada imagen del espejo de mi cabeza. Cuando empiezo a calmarme, alzo la mirada en busca de la suya, tranquila. Sonríe, comprendiendo al instante la súplica de mis ojos, pidiéndole ayuda.
-Vamos, levántate. Lo mejor será que te des una buena ducha y te cambies de ropa. Después, ya veremos qué hacemos contigo.
Asiento dócilmente, levantándome con dificultad y requiriendo el apoyo del cuerpo diminuto de Andrea. La observo con aires cansados, preguntándome qué hace una chica como ella en un lugar como este. No parece una enferma como yo o la chica embarazada. Y no es lo suficiente mayor como para ser una enfermera. Entonces, ¿Quién es ella?

7 dic 2009

Escalada

Allí comenzó mi aventura. Estaba sola ante el peligro, con todo el equipo listo y una gran ilusión por delante. La alta montaña se alzaba ante mí; casi me parecía escuchar su provocación. Vamos, ¿por qué no empiezas a subir? Será divertido... Si no te caes por el camino.

Llena de un extraño valor que nunca antes había sentido, tomé carrerilla y salté contra la pared, empezando a subir. Con gran velocidad ascendía un metro tras otro, empezando a pensar que aquello era demasiado fácil. Lo era. Pero el camino comenzó a volverse escarpado, y empecé a pensar.

La gran motivación que me movía empezaba a apagarse poco a poco, lo sentía en mi interior. Aquella no era una escalada normal y corriente; era especial. Tenía que serlo. Pero, ¿cuantos se habrían aventurado ya a subir por las escarpadas rocas? No era yo la primera ni, seguramente, la última que lo intentaba. ¿Qué mérito podía tener llegar hacer algo que otros antes hubieran conseguido?

Oh, vamos. ¿Qué más da cuantos hayan antes? Lo que importa es el ahora, es el presente. Es que tú lo estás haciendo también. Es que tú quieres llegar a la cima. Con fuerzas renovadas proseguí con mi camino, evitando los obstáculos, siguiendo con un ritmo bastante bueno. Y ahí estaba, ante mis ojos. Solo unos pasos más. Casi creía que lo tenía. Creí conseguirlo durante unos momentos. Pero al llegar a esa cima, al pararme a respirar, vi que el camino seguía y seguía delante de mis ojos, perdiéndose entre las nubes. Aquello hizo que mis fuerzas flaquearan.

Miré atrás. Todo el camino recorrido. Quizás no era ni si quiera la mitad, pero al menos, era un buen trozo. No, no quería tirar la toalla tan pronto. Pronto se haría de noche, por lo que me propuse descansar. Y las pesadillas empezaron a sucederse en mi mente. Pesadillas en las que caía, resbalaba, las rocas me aplastaban o simplemente no tenía fuerzas para seguir. Pero algo me despertó.

Un hombre extraño me esperaba subido sobre un globo, negando con la cabeza. El camino era demasiado peligroso como para subir. Monté con él, alzándonos en el aire, mientras me asomaba para observar la imponente montaña. Allí en medio, algo más arriba de lo que yo había llegado, se encontraba el paraje más hermoso que he visto jamás. Cascadas, ríos, un bosque frondoso lleno de la fantasía de todos aquellos que alguna vez soñaron con volar. Y en medio de toda esa maravilla, una pequeña población que disfrutaba completamente de todos los placeres de la naturaleza.

Mi extraño compañero negó con la cabeza varias veces, dejándome claro que yo jamás podría compartir esa belleza. Mi destino no era aquél, tan solo escalar, escalar, escalar. Mi meta era llegar a la cima. Después ya podría disfrutar de las vistas. Y ahí concluyó mi viaje en globo, dejandome mi compañero en un paraje deshabitado, oscuro y frío. Sola. Casi podía sentir el eco de mi respiración.

Pero intenté no desanimarme. Es posible que aquellas gentes disfrutaran de toda la belleza concentrada a mitad de camino, pero jamás podrían ver qué había más arriba, en la cima, lo cual yo me disponía a conocer. El oxígeno era escaso ya por aquellas alturas. Había sobrepasado el nivel de las nubes, y un frío helador se hincaba en mi piel. Una pequeña gruta me invitó a descansar. Y así lo hice.

Esta mañana he despertado, viendo entrar con furia los copos de nieve en la gruta donde paré a descansar. Pequeños, débiles, se estampan contra la roca, dejando pequeñas marcas de humedad que en seguida se disipan. Me levanto entumecida, con ganas de abandonar, de bajar de la montaña para meterme en mi cama acompañada de una buena taza de chocolate.

Pero ahora que estoy tan cerca, ahora que casi veo la cima, ¿voy a dejarlo estar? No, quiero seguir, a pesar de que todo esté en mi contra. A pesar de la nieve, la falta de oxígeno, la fatiga, el sueño, el frío. Tan solo queda un último empujón. La nieve cae con furia encima mío, cegándome, haciéndome resbalar. La pared húmeda no ayuda. De vez en cuando, un pequeño montón de nieve acumulada me cae encima, haciendome perder el equilibrio y caer.

Casi tengo la sensación de que llevo horas parada en el mismo sitio, sin avanzar, sin retoceder. Quiero abandonar. No, no puedo abandonar. Pero estoy tan cansada... Aunque ya casi lo tengo, ¿no? Tan solo unos pocos metros más... Aunque me sangren las manos y esté a punto de perder el sentido. Subo, un poco más, parándo en un saliente.

Caigo al suelo rendida, incapaz de moverme, incapaz de respirar bien, incapaz de ver. Escucho una voz, un silbido. Hay alguien cerca. Lo noto, lo escucho. Estiro una mano, intentando pedir ayuda o, al menos, evitar que la pendiente y la nieve me hagan caer. ¿Me salvarás? ¿Vas a venir a agarrarme y evitar que caiga o me vas a dejar resbalar y caer, caer hasta el suelo?

6 dic 2009

2. Encerrada



-¿Deptre? – Pregunto algo insegura. Que nombre más raro. La chica sonríe, y deja entrever sus blancos dientes.
-Sí, yo también pensé que es un nombre raro.
-¿Clínica?
-Veo que sigues algo aturdida. Será mejor que te deje dormir. – Se tumba en la cama, en la que se encontraba sentada, y puedo divisar una gran curva, donde vendría a estar su barriga. Estaba… embarazada. Aquella muchacha no pasaría de los 20, si llegaba.
No me vuelve a dirigir la más palabra; se queda plácidamente dormida. Yo en cambio, no puedo pegar ojo. No sé en qué día estoy, ni mucho menos qué hora es. Ni si quiera sé a ciencia cierta dónde me encuentro. Mi compañera me había dicho que estaba en “una clínica, para jóvenes que hemos perdido el rumbo de nuestras vidas”. Yo no he perdido el rumbo de mi vida. Estoy perfectamente. ¡Quiero salir de aquí! ¿Qué me quieren hacer?
Me incorporo, quedando sentada, y noto que la habitación empieza a dar vueltas a mí alrededor. Intento poner los pies en el suelo y levantarme de esa horrible cama. Pero las fuerzas me fallan y caigo, haciendo que la chica se asuste y se levante rápidamente de la cama, decidiéndose a recogerme del suelo.
No sé que me ha pasado, no tengo fuerza alguna, y menos para levantarme del suelo. Ni si quiera he sentido el golpe al caer. La chica intenta cogerme como puede, aunque con aquella cosa en su barriga, no consigue moverse muy bien que digamos. Al sentir sus frías manos sobre mi piel, un escalofrío recorre mi cuerpo. Está helada. Me levanto con su ayuda, apoyándome en la cama, y quedando de pie.
-¿Estás bien? –Murmura preocupada.
-Si… - consigo decir; no me sale ni la voz.
Ella se vuelve a la cama, y cierra los ojos nuevamente. Dispuesta a averiguar dónde me encuentro, intento dar un paso, aguantando el equilibrio, agarrándome a la cama. Al ver que consigo aguantarme en pie, camino un par de pasos, avanzando poco a poco hacia la puerta. Algo tira de mí. Ese cuenta gotas extraño que tengo conectado a mi cuerpo. Tiro de él, pero no se mueve. Vuelvo a tirar, consiguiendo que se desenganche de mi cuerpo. ¿Para qué era eso exactamente? El agua la necesito en la boca, no en la sangre. Las gotas transparentes siguen cayendo, pero está vez su fin era el suelo. Avanzo hasta la puerta; es toda blanca. Nada más. Al lado hay otra puerta, tal vez el baño, como en todos los hospitales. Poso mi mano sobre el pomo de la puerta, haciendo fuerza hacia abajo para abrirla. Nada.
Vuelvo a intentar abrirla, pero es inútil. Al parecer, está cerrada con llave. Me han encerrado. La respiración se me empieza a acelerar. Los nervios afloran en mi piel rápidamente. Odio que me encierren como a una delincuente. Intento abrir la puerta cada vez con más furia, hasta que le empiezo a dar patadas y puñetazos a la puerta, con la escasa fuerza que tengo.
-¡Sacadme de aquí! – un grito sale de mi boca. Me duele a horrores la garganta. La tengo tan seca… La chica de la cama contigua se levanta una vez más, para intentar calmarme.
Viene por detrás, cogiéndome por los brazos, intentando retirarme de la puerta. Pruebo deshacerme de ella, pero no tengo las fuerzas suficientes como para hacer que me suelte. Con las manos heladas, me vuelve a arrastrar hasta la cama, ayudándome a tumbarme, incluso me tapa con las sabanas. La chica no desespera ante mi reacción. Aunque me parece ver unas lagrimas salir de sus ojos. Se le ven tan delgados los brazos a pesar de que su barriga, es enorme. Estará de muchos meses ya.
De pronto, dos enfermeras entran agitadas a la habitación, con preocupación. Han escuchado mis golpes y gritos.
-¿Qué ha pasado aquí?
-Nada. – Contesta mi compañera– Está algo aturdida, y es nueva. No sabe las normas, ni nada. No sabe nada.
La enfermera suspiró.
-Le daremos un calmante para que pueda dormir. - ¿Qué? ¿Calmantes? ¿Pastillas? Más pastillas no. Seguro que por culpa de las putas pastillas estoy aquí. Pero ¿Qué me ha pasado?
Yo estaba bailando en la discoteca. Estaba bien. Divirtiéndome. Bailando, y de pronto… ¡pam! Aquí estoy.
Intento recordar cosas, pero no puedo, estoy muy cansada, y me duele la cabeza. La habitación me da vueltas. Las enfermeras me vuelven poner ese raro cuentagotas en el brazo, y me dan una pastilla. Me la tomo con facilidad – No es la primera que me tomo-.
Se quedan ahí observándome, como si de repente fuera a intentar abrir la puerta y salir de nuevo. Como si fuera un payaso en un circo, que todos esperan que haga algo, o simplemente se caiga, para reírse.
Me ponen nerviosa. Mucho más. Hace calor. Mucho calor. Empiezo a sudar, y no sé porque, el cuerpo me pesa, como si de repente hubiera engordado cincuenta kilos de golpe. Todo se está volviendo oscuro de nuevo. Los parpados me pesan, y la boca continúa seca, pastosa diría yo. Los parpados se me cierran solos. Lo último que veo, son a las dos enfermeras sonreír al ver que me empiezo a dormir.

4 dic 2009

Is a strange day

6:30, suena el despertador. Fuera. 6:35, suena el despertador. Callate. 6... No, 7. Dios, ¿me he dormido?

Con prisas, a vestirse, peinarse y preparar la caja con cuerdas. Bueno, la mochila esta que tengo nueva. Qué horrible. A clase con prisas, y de buena mañana, exposición oral (sin malpensaciones, gracias). Literatura árabe: Orígenes, ejemplos e influecias. Oh, mierda, me dejé el subtitulo. Me tiemblan las manos, la voz, y no se a quien mirar. Viva. Aún así, el escudo de las Mil y una Noches funcionó.

Examen, frases, monólogo (eeeeeeeeh..., ¡Papeldelculo!), aburrimiento, dobleaburrimiento...Examen.
Toda la mañana escuchando: Mirate lo del AIT, que seguro que sale, la primera pregunta será el AIT, qué te apuestas, es que lo veo, me da el examen y la primera pregunta sobre el AIT. Bien. Llega la hora del examen, me lo dan, y la primera pregunta... Un mapa... ¡Sobre el AIT! Increíble.

Siguiente tema: Han dado un único capítulo de Doraemon. ¡Qué injusticia! Pasemos a temas más importantes.
Hace unos días, cierta compañera de Universal que debería pasarse por este blog, me preguntó que si aún me hablaba con una de las personas que, en una galaxia muy muy lejana, fue mi más mejor amiga (ríamosnos por las faltas). La cosa es que no, no mantengo el contacto con esta persona... Hoy, por causas que aún no entiendo, me ha dado por mirar el correo de mi antiguo msn. Y ahí estaba, un mensaje suyo. Después de leer cuatro o cinco veces el nombre, cerciorándome de que no lo estaba imaginando, lo abrí pensando que seguramente sería una cadena o algo por el estilo. Pero no. Cosas extrañas que tiene la vida, supongo.

Qué más, qué más. Esta tarde hablando con DR me dio por preguntarle cómo iban los planes para mañana (supuestamente vamos al cine a ver la película de Hachiko) y va y me dice que ella no tenía ni idea de que íbamos a ir. Viva.

Dentro de otras cosas extrañas hoy, a través de ese entrañable libro-cara al que casi todos, tarde o temprano, nos vemos empujados a utilizar, me ha agregado nuestro querídisimo e idolatrado acosador chileno. Qué panzón de reír me he dado.

Supongo que después de todo esto... Dejaré la escalada para otro día.

2 dic 2009

1. Paranoia



Bum, bum, bum. El ritmo de la música suena en mis oídos como si no pudiera escuchar otra cosa. Me muevo siguiendo ese repetitivo ritmo una y otra vez, contoneando mi cuerpo a un lado y otro, chocando con personas a las que no reconozco. Ni si quiera las miro. Mantengo los ojos cerrados mientras me dejo llevar por la agradable sensación de vida que me sacude. Si mis pies pararan de moverse, si la música parara, si el humo que corroe mis pulmones cada vez que respiro se esfumara, estoy segura que caería muerta.

Por alguna razón que no llego a conocer, quizás el aroma de alguna dulce bebida derramada lo suficientemente cerca de mí, quizás sentir mi nombre pronunciado por alguien lejano, abro los ojos. Millones de luces me enfocan a mí, solo a mí. Estoy sola en la oscuridad, aunque continúe notando los roces contra las otras personas, no las consigo ver. Solo hay luz, humo, música, y yo.
-Parece fuera de sí.
-Ja, ja, ja, ¡que no se te acerque! Eso parece contagioso.

Voces extrañas suenan cerca, mezclándose con el sonido de la canción. Parpadeo un par de veces, viendo a mí alrededor cientos no, millones de ojos observándome. Ojos de todos los colores, de todos los tamaños y de todas las formas. Pero ojos que me miran a mí, solamente a mí. Me miran como si fuera un objeto de feria, un animalillo gracioso que ha aprendido a hacer algún truco.

Acompañando a aquellos ojos, consigo descifrar también bocas. Mezclados de manera incierta, esos extraños y vaporosos rostros me miran, me hablan, me gritan en el oído o me susurran que pare, que ya he tenido bastante. Pero no puedo parar, no puedo. Si me detuviera una sola fracción de segundo, todo terminaría. Solo tengo que seguir bailando, aunque la música no suene y tenga que hacerlo al ritmo de las risas de todas esas bocas que me rodean.

Calla. Detente. No puedo respirar. Un golpe seco y dejo de moverme, tirada en el suelo como un tronco seco. Ahora lo que se mueve es el suelo debajo de mi cuerpo. Lo palpo, caliente, duro. Se torna frío, suave, oscuro. Hasta que comienzo a vislumbrar una luz creciente, agrisada. Arrugas extrañas se forman en ese suelo ahora blando, acogedor, cálido como un abrazo.

Parpadeo, buscándole una lógica a todo esto. ¿Desde cuando las cosas tienen por qué tener lógica? Plic, plic, plic. Un goteo cercano me hace buscar la fuente de aquél sonido. La habitación está en penumbra, aunque una suave luz emana de algún punto de la pared y se refleja sobre el bote de cristal. De este emana un suave cordón de plástico por el que resbala, gota a gota, un líquido transparente.

Empiezo a notar la boca seca y cierta tensión al reconocer poco a poco el lugar donde estoy. Sabanas blancas, bata blanca, luz tenue, suero, cables. ¿Cómo he llegado al hospital?

Intento levantarme, pero algo parece apretar mi cuerpo contra el fino colchón, que empieza a parecerme más incómodo de lo que era anteriormente. Me remuevo, inquieta, sin saber qué hacer. Quiero ayuda, quiero salir de aquí. Escucho el sonido de un interruptor al encenderse a mi izquierda, por lo que vuelvo la cabeza para mirar. Desde la camilla contigua, unos ojos negros me miran fijamente, y consigo localizar el atisbo de una sonrisa perfectamente blanca debajo. Siento el sudor frío recorrer mi espalda, al ver mi pesadilla echa realidad. ¿O todo forma parte de un sueño? ¿O todo este tiempo he estado en la realidad?
-¿Necesitas ayuda? –murmura la voz.

Mis ojos se acostumbran a la poca luz de la sala y veo lo que acompaña a los rasgos del rostro. Una nariz chata, unas mejillas ensanchadas, un par de orejas y todo un cuerpo debajo. La chica se levanta de su cama, acercándoseme. Alarga una de sus manos, oscuras, a mi frente, acariciándome casi diría que con ternura.
-Si quieres llamo a la enfermera.

Asiento con la cabeza no muy convencida. Tengo miedo de que venga y me diga que estoy en alguna especie de manicomio o algo por el estilo, que he sucumbido a mis fantasías y que nunca más podré ver la luz del sol. Pero necesito bebes agua, lo que sea, para calmar el ardor de mi garganta. Trago saliva en un intento de refrescarme mínimamente mientras siento el pitido de aviso a la enfermera.

No tarda en presentarse una anciana embutida en una bata blanca dos tallas más pequeña de lo deseado. El cabello que se llega a entrever bajo el sombrerito marcado con una cruz es de color blanquecino, algo rizado. Se acerca a mi camilla con una exagerada expresión que no llego a definir bien si es alivio o preocupación.
-Al fin has despertado, Irmina. ¿Cómo te encuentras? –pregunta con una voz apenas audible, un susurro junto a mi oído.
-Agua… -murmuro, escuchando por primera vez mi voz.

Es ronca, apagada, como si llevara meses sin hablar. Siento pitidos al pronunciar algunos sonidos, como si me fallaran las cuerdas vocales. Aún así, la anciana ha logrado entenderme, y se marcha con una sonrisa en busca de mi pedido. Cuando vuelve con una jarra llena de agua fría, siento tal aprecio por esa mujer que, si se cambiara de bata, podría hasta darle un abrazo.

Tomo un vaso, y otro, y otro más, sintiendo la frescor del agua quitarme de la cabeza cualquier pesadilla de pacotilla que me haya hecho estremecer con anterioridad. Sonrío a la mujer, agradecida, mientras se marcha para desearnos las buenas noches. Aún así, la chica de piel oscura continúa sentada al borde de su cama, como ha estado haciendo todo el rato desde que llegó la enfermera, y continúa mirándome.
-¿Dónde estamos…? –pregunto con tal de conseguir desviar su concentración hacia una conversación en vez de hacia mi persona.
-¿No lo sabes? Entonces su pongo que realmente eres nueva. Bienvenida a la Clínica Deptre, residencia de todos aquellos jóvenes que, según dicen, hemos perdido el rumbo de nuestras vidas.

Nota: Primer capítulo de una historia aún sin título, que escribo junto con DesideRia... Subiré el próximo capítulo en cuanto lo tenga.